Llovizna en Defensores de Atlético. Ella está ahí, mirando atentamente cada pisada de sus chicos, a quienes criará gracias al fútbol como hijos propios que llevarán el AND de una "Mocha" Adela conocida en cualquier rincón de Tucumán y de más allá también.
Es la "Emperatriz" de la caprichosa, la creadora de cracks de antaño y del Siglo XXI. Años le sobran en el tintero de la sabiduría. Hace 60 que transmite sus conocimientos. Pensar, todo comenzó por el pedido de unos cuantos chiquilines molestos. "Hacía limpieza después de los bailes en Atlético. Vivía frente a la cancha. Y bueno, así empezó todo", cuenta Adelaida. "Ese es mi nombre, todos tenemos uno, aunque a mí me conocen como la 'Mocha' Adela". Orgullosa de su firma, recuerda haber descubierto la magia de un tal Antonio Apud, una de sus joyitas. "Y, llegó a Boca, mirá vos si no era un crack", responde y enumera otros frutos recogidos de su bosque.
"Salvador Mónaco, Fabián García del pasado, por decir algunos; Leo Díaz (juega en la Primera de Lanús), Hernán Paul (15 años, en Newell's), José Palomino (profesional de San Lorenzo)... Palomino estuvo en enero y me regaló dos camisetas, de cuando debutó de titular en Quinta y en Primera. 'Este regalito es para una persona muy especial, a quien le debo todo lo que tengo', decía la dedicatoria. Eso es lo que gano yo", dice Adela, orgullosa de ser millonaria de amor.
"Y bueno, está bien. Qué otra cosa podés recibir. Eso es lo mejor, el cariño, el afecto", agradece antes de ponerse seria. "Pero yo los reto también, ¿eh? A mí me respetan", dice con sentimiento de madre. "No es que se porten mal, hacen cosas de nenes", se babea y vuelve a su rol de cazatalentos. "Hay muy buenos proyectos. Hace unos días vino gente de San Lorenzo a buscar chicos. Nosotros sólo pedimos que al menos nos ayuden con pelotas, con lo que sea. Todo es para los chicos", señala hacia la canchita, sede de la escuelita en Isabela Católica y Siria, hoy rodeada de escombros y basura. "Hace unos meses limpió todo el predio LA GACETA", agradecerá al rato Alberto Soria, el hijo de Adela y coordinador general del proyecto de su madre.
"Ya no me deja venir tanto, porque dice que hace mucho calor para mí", reniega Su Majestad. "Ahora vine para ustedes", echa un guiño de onda la "Mocha", sentada en su trono, una silla plástica cuya única protección de la llovizna son apenas ramitas sin hojas de un arbolito joven, incapaz de cuidarla como corresponde. Pero a ella nada la detiene, menos cuando se trata de proteger al rebaño. "Acá tenemos chicos que ni comen. Nosotros tratamos de estar en todo lo que podemos. Con la cuotita que pagan, tienen todo", explica y revela el combo que incluye la cuota social: ropa de partido y viajes. "Vinimos de Mar del Plata con dos títulos. La 99 y 01 fueron campeonas". Dos de las cinco divisiones que se manejan en Defensores de Atlético terminaron en lo más arriba. Las otras, estuvieron cerquita.
"Somos una escuelita pobre con buenos jugadores", la franqueza es la daga de una Adela que no calla, ni en las buena ni en las malas. "A la cancha ya no voy. Hace rato ya. Para mí sería una felicidad que al menos me den un carnet de reconocimiento. Pero bueno, qué le vamos a hacer", lamenta la "decana".
El sustento al esfuerzo de la familia tiene cimientos sólidos. La unión hace la fuerza. "Los papás de los chicos son los que te respaldan en esto. Imaginate si no. Tenemos 100 a nuestro cargo", ríe a su manera Su Majestad y camina hacia sus niños. A su paso recibe saludos; ella ordena, pide no cortar el paso y de seguir al pie de la letras las órdenes del "profe", quien está al mando de la preparación física.
"Soy feliz, sí, sí. Esto fue lo que la vida me dio. A veces, cuando no puedo venir porque mi hijo no quiere -insiste-, me siento mal, yo quiero estar acá, a la par de ellos, de mis chicos. Es la vida mía, no reniego", jura Adela, y posa para la foto. Llueve en Defensores de Atléticos. Quizás sean lágrimas de emoción porque mamá está en la cancha.
La típica: políticos que sólo prometen
El staff de colaboradores de la "Mocha" Adela está conformado por Carlos Alderete, el preparador físico, Nicolás Vergara, encargado de las categorías 99 a 2001 y Alberto Soria, hijo de Su Majestad, coordinador del resto de las divisiones de Defensores de Atlético y el hombre que se encarga de los milagros. De los milagros.
"Nosotros le damos todo a los chicos. Lo único que se compran ellos son los botines. Después, ropa, camisetas mangas largas y cortas, medias y lo que necesitan lo tienen todo. Inclusive los viajes. Los padres ayudan, pero nosotros nos hacemos cargo de lo más difícil", revela Alberto.
Nicolás interrumpe. "Hay chicos de toda clase social en la escuelita. ¿Vos crees que un pibe que vive a la orilla del canal pueda haber visitado dos veces Mar del Plata? No, pero acá eso se hace posible gracias a las gestiones de Alberto", le regala una reverencia Vergara a Soria, que de la noche a la mañana saca de la galera el dinero que muchas veces los políticos le prometieron dar en épocas de campaña, pero que nunca apareció.
"Una vez vino una política y paró tres colectivos en la vereda. Nos dijo que cuando los necesitáramos estarían disponibles. Era época de elecciones. Pasó el tiempo y cuando la llamamos y pedimos su ayuda, nunca nos atendió", lamentan a coro los protagonistas, y aclaran. "Necesitamos de colaboración de todos. Que nos limpien el predio, que nos acerquen desde un banderín de córner hasta medias. Todo es por y para los chicos. Por que millonario no soy, si no no vendría en bicicleta todos los días", se sincera Alberto.
La difícil misión del "padre-hincha"
Rubén Juárez es uno de los tantos papis que se acerca a los dominios de la "Mocha" para ver a sus hijos. Tiene dos en Defensores de Atlético, y como hincha de sus herederos alguna vez cometió el pecado de presionarlos y hasta de hacerlos sentir mal. Muy mal.
"Por suerte me hicieron abrir los ojos a tiempo. A veces, en vez de apoyarlos terminás de desanimándolos. Ellos fueron los que me despertaron y lo agradezco", se sincera Rubén, que alguna vez insultó desde la tribuna, le gritó a sus hijos y también enloqueció contra los árbitros, a los que quiso golpear (total no hay alambrado).
"'Papá, dejá de gritar, dejá que juguemos tranquilos'", me dijeron mis hijos en la mesa. Se me cayó el mundo... Ahí entendí lo mal que estaba y traté de transmitirle a otros padres mi equivocación", relata con los ojos vidriosos Rubén. "Al final, yo los traía para que ellos sean felices y era yo mismo el que les arruinaba la diversión", cierra su historia Juárez. La historia que sus hijos salvaron por él.